51 x 72,5 cm. Tinta sobre Papel. |
15 x 21 cm. Tinta sobre Papel. |
Calígula.
Escena IV.
Calígula vuelve al palacio luego de tres noches de ausencia, provocadas por la muerte de su hermana y amada Drusila.
HELICÓN (de un extremo a otro del escenario).- Buenos días, Cayo.
CALÍGULA (con naturalidad).- Buenos días, Helicón. (Silencio).
HELICÓN.- Pareces fatigado.
CALÍGULA.- He caminado mucho.
HELICÓN.- Sí, tu ausencia duró largo tiempo.
CALÍGULA.- Era difícil de encontrar.
HELICÓN.- ¿Qué cosa?
CALÍGULA.- Lo que yo quería.
HELICÓN.- ¿Y que querías?
CALÍGULA (siempre con naturalidad).- La luna.
HELICÓN.- ¿Qué?
CALÍGULA.- Sí, quería la luna.
HELICÓN.- ¡Ah! (Silencio. Helicón se acerca). ¿Para qué?
CALÍGULA.- Bueno... Es una de las cosas que no tengo.
HELICÓN.- Claro. ¿Y ya se arregló todo?
CALÍGULA.- No, no puedo conseguirla.
HELICÓN.- Qué fastidio.
CALÍGULA.- Sí, por eso estoy cansado. (Pausa). ¡Helicón!
HELICÓN.- Sí, Cayo.
CALÍGULA.- Piensas que estoy loco.
HELICÓN.- Bien sabes que nunca pienso.
CALÍGULA.- Sí. ¡En fin! Pero no estoy loco, y aún más: nunca he sido tan razonable. Simplemente, sentí en mí de pronto una necesidad de imposible. (Pausa) Las cosas tal como son, no me parecen satisfactorias.
HELICÓN.- Es una opinión bastante difundida.
CALÍGULA.- Es cierto. Pero antes no lo sabía. Ahora lo sé. (Siempre con naturalidad). El mundo, tal como está, no es soportable. Por eso necesito la luna o la dicha, o la inmortalidad, algo descabellado quizá, pero que no sea de este mundo.
HELICÓN.- Es un razonamiento que se tiene en pie. Pero en general no es posible sostenerlo hasta el fin.
CALÍGULA (levantándose, pero con la misma sencillez).- Tú no sabes nada. Las cosas no se consiguen porque nunca se las sostiene hasta el fin. Pero quizá baste permanecer lógico hasta el fin. (Mira a Helicón). También sé lo que piensas. ¡Cuántas historias por la muerte de una mujer! Pero no es eso. Creo recordar, es cierto, que hace unos días murió una mujer a quien yo amaba. ¿Pero qué es el amor? Poca cosa. Esa muerte no significa nada, te lo juro; sólo es la señal de una verdad muy simple y muy clara, un poco tonta, pero difícil de descubrir y pesada de llevar.
HELICÓN.- ¿Y cuál es la verdad?
CALÍGULA (apartado, en tono neutro).- Los hombres mueren y no son felices.
HELICÓN (después de una pausa).- Vamos, Cayo, es una verdad a la que nos acomodamos muy bien. Mira a tu alrededor. No es eso lo que les impide almorzar.
CALÍGULA (con súbito estallido).- Entonces todo a mi alrededor es mentira, y yo quiero que vivamos en la verdad. Y justamente tengo los medios para hacerlos vivir en la verdad. Porque sé lo que les falta, Helicón. Están privados de conocimiento y les falta un profesor que sepa lo que dice.
HELICÓN.- No te ofendas, Cayo, por lo que voy a decirte. Pero deberías descansar primero.
CALÍGULA (sentándose y con dulzura).- No es posible, Helicón, ya nunca será posible.
HELICÓN.- ¿Y por qué no?
CALÍGULA.- Si duermo, ¿quién me dará la luna?
HELICÓN (después de un silencio).- Eso es cierto.
(CALÍGULA se levanta con visible esfuerzo).
CALÍGULA.- Escucha, Helicón. Oigo pasos y rumor de voces. Guarda silencio y olvida que acabas de verme.
HELICÓN.- He comprendido.
(CALÍGULA se dirige hacia la salida, se vuelve).
CALÍGULA.- Y te lo ruego: en adelante ayúdame.
HELICÓN.- No tengo razones para no hacerlo, Cayo. Pero sé pocas cosas y pocas cosas me interesan. ¿En qué puedo ayudarte?
CALÍGULA.- En lo imposible.
HELICÓN.- Haré lo que pueda.
(CALÍGULA sale. Entran rápidamente ESCIPIÓN y CESONIA).
Albert Camus.
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